Solo me estaba pidiendo una respuesta

Solo me estaba pidiendo una respuesta, y eso era lo que me aterraba. ¿Como podría decírselo?
En ese instante me planteé muchas cosas a las que no conseguía ubicar en el mundo de la lógica, entre ellas la justicia, ¿Realmente es justa?
Se le representa ciega como símbolo de que nada ni nadie influyera en ella, pero ahora desearía que se quitara esa venda de los ojos y viera la desigualdad existente y lo injustas que son a veces sus leyes.
Hablan del deber de cumplirlas, pero ¿Y la vida? ¿También ella ha de acatar esas leyes?
Aquella mujer esperaba mi respuesta al otro lado del teléfono. Le dije a modo de evasiva que la llamaría más tarde, necesitaba algo más de tiempo. Con la inocencia de quien aún no conoce la hipocresía de nuestro mundo sino solo la dura verdad de la supervivencia, me dijo que de acuerdo que le perdonase las molestias y que Dios me bendiga, que no se iba a separar del teléfono esperando mi llamada.
Colgué acobardo sabiendo que tenía la respuesta entre mis manos, a mi lado sobre la mesa, parecía una grotesca burla, pero no, era la sentencia que acababan de notificarme. Tenía el sello de hoy, pero el número de autos ¡Era de hace 9 años!
Pensaba como podía responderle a su pregunta de si quería ser el padrino de su niña, era su forma de agradecerme el haberle conseguido su libertad. Pero no podía, o no sabía como, si lo que estaba viendo frente a mi era su reingreso en prisión no inferior a 6 años.
Y ahora me quedaba a mi la ardua labor de explicarle porqué la justicia a veces no es justa y se pierde por turbios caminos de procesos, diligencias, recursos y apelaciones. Ahora era yo quien en contra de mis principios y teniendo que acatar esa ley ciega debía realizar esa llamada.
Descolgué el teléfono y tras el segundo tono… un “hola”

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